Últimamente, se habla mucho de cómo nuestras emociones y nuestros estados de ánimos nos hacen comer en exceso.
Es innegable que todos, alguna vez hemos tenido la necesidad de querer escapar de nuestra realidad, de querer esconderla y hemos pensado que la mejor manera podía ser un buen atracón de dulce o de productos que lo contengan, como el alcohol.
Yo he sido consumidora de todos esos alimentos. Diría que muchos momentos de mi vida, están totalmente ligados a comer y beber alimentos azucarados, por escapar o por huir de una realidad que no me gustaba.
Nada más nacer probamos el primer manjar dulce de nuestra vida, la leche de nuestra madre y eso se nos queda grabado en el alma, como un momento de paz y amor.
A partir de ese recuerdo crecemos vinculados a los alimentos azucarados. «Si te portas bien te compro un helado, o unas chuches, si te lo comes todo te doy una cosita» Las abuelas de antes nos daban chocolate, las de ahora un huevo de chocolate con un regalo dentro.
Y así crecimos muchos de nosotros, vinculados a la comida como un premio: para consolarnos, para que dejásemos de llorar…
La industria alimentaria, consciente de la situación crea y publicita alimentos ideales para consolar nuestras penas. Lo hace para niños, pero también para adultos.
Y si no tenemos bastante con la publicidad, también contribuyen a agrandar la popularidad del azúcar las películas, las series y los dibujos animados.
El azúcar y los productos que la contienen se han convertido en una leyenda urbana : «Nos han hecho creer que son los salvadores de muchas de las penas de nuestra vida».
La imagen clásica por excelencia: comer helado hasta hartarte porque tu novi@ te ha dejado. No sé si a alguien le ha funcionado, comerse 1 Kg de helado y ver que su novi@ entra por la puerta dispuest@ a quererte con locura. Yo confieso que a mi no, pero comer helado hasta hartarme y acabar con dolor de barriga, llena de granos y de bajón total, me ha pasado más de una vez.
En la mayoría de mis pelis favoritas, beber alcohol está asociado a momentos de estrés, de necesidad de huir, de hacer el loco o de ser la más guay y rebelde del mundo.
Entre unos y otros, te acaban haciendo creer que SÍ, que la comida y la bebida ayudan a consolar nuestros males más íntimos y nuestros bajones emocionales.
¿Pero qué es eso de los bajones emocionales ?
Yo creo que nunca había entendido que tenía un cuerpo emocional. Nadie me había dicho que existía y que dentro de él está lo mejor de mí.
Todos deberíamos saber que nuestras emociones son importantes y que hay que darles de comer cada día , pero no alimentos que entren por la boca.
Nuestro cuerpo emocional, no tiene dientes, ni aparato digestivo. No sirve tomar azúcar sin control para sentirnos mejor. Lo que necesita nuestro cuerpo emocional es hacer aquellas cosas que nos hacen feliz en la vida.
A veces son cosas grandes, pero otras, son cosas pequeñas que nos podemos regalar cada día. La cuestión es no dejar de hacerlas. Cuando no hacemos aquello que nos hace feliz, nuestras emociones rugen y suenan, y si las abandonamos mucho tiempo podemos acabar enfermando.
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¿Das a tu cuerpo emocional «el alimento» que verdaderamente necesita?